

Reseña | El día que dejó de nevar en Alaska de Alice Kellen
No sé si alguna vez habéis tenido esa sensación de terminar un libro y quedaros con una especie de nudo dulce en el pecho. Esa mezcla rara entre “qué bonito” y “me ha removido todo por dentro”. Pues eso me ha pasado con El día que dejó de nevar en Alaska. Y eso que lo he leído yendo al trabajo, en el autobús, aguantando las ganas de llorar como una magdalena porque, claro, tampoco era plan de soltar la lagrimilla rodeada de desconocidos a las ocho de la mañana.
La historia nos presenta a Heather, una chica que decide dejarlo todo atrás y empezar de cero en un rincón perdido de Alaska. Así, sin avisar, con una mochila emocional bastante cargadita. Llega a Inovik Lake buscando alejarse de su pasado, pero lo que encuentra allí es otra cosa: animales, nieve, frío del que se te mete en los huesos y, lo más importante, gente. Gente que no sabe que la necesita tanto como ella los necesita a ellos. Y esto ya me parece un puntazo, porque no es la típica historia de romance simple. Aquí hay profundidad. Aquí se habla de cosas que duelen.
Lo que me ha flipado de este libro no es solo la historia de amor (que también), sino todos los temas que se tratan. A ver, vamos por partes: habla de bulimia, de la dependencia emocional en las amistades, de cómo una relación tóxica no siempre es de pareja, del duelo, de lo que cuesta reconstruirte después de perder a alguien, del dejar de fumar, de la ansiedad, de cómo sanar lleva tiempo, de lo importante que es encontrar tu lugar… ¡y de los perros! Caos, el perrito de Heather, tiene más protagonismo del que parece y, sinceramente, se lleva mi corazón.
Lo curioso de la narración es que se entrelaza con fragmentos del diario de una tal Annie. No sabes quién es al principio, y ese misterio te tiene en vilo. Poco a poco, esos trozos de diario te van dando pistas y, cuando descubres quién es quién, te vuela la cabeza. Literalmente. Yo me quedé en plan: qué fuerte. Ese tipo de giro que te hace valorar toda la historia aún más.
Además, la ambientación en Alaska le da un toque único. No es solo un decorado: se convierte en un personaje más. El frío, la soledad, los deportes de trineo, el aislamiento… todo eso refuerza el viaje emocional de los protagonistas. Y para alguien como yo, que apenas sabía nada de Alaska, ha sido casi como viajar sin moverse del asiento. He aprendido cosas y, además, me ha hecho pensar. Que un libro logre eso no es poca cosa.
Comparado con otros libros de Alice Kellen (yo me leí la bilogía de Todo lo que nunca fuimos y Todo lo que somos juntos), este me ha calado más hondo. La bilogía me gustó, sí, pero no la recuerdo con tanto cariño como este. El día que dejó de nevar en Alaska me ha dejado esa sensación de querer recomendárselo a todo el mundo, de esas lecturas que sabes que te han tocado y que no se te van a olvidar. No sé si os pasa, pero para mí hay libros que lees y punto, y otros que se te quedan dentro. Este, sin duda, es de los segundos.
Y otra cosa importante: es una novela que no solo habla de amor romántico. Habla del amor propio, del amor por los animales, del amor que se encuentra en las pequeñas cosas, en la rutina, en el día a día. Y también del dolor que arrastramos, de las cosas que no decimos y de cómo a veces necesitamos huir para poder volver a encontrarnos.
Así que sí, lo digo alto y claro: El día que dejó de nevar en Alaska me ha parecido una preciosidad. Me ha emocionado, me ha enseñado cosas y me ha dejado con el corazón calentito a pesar del frío. Si estáis buscando una historia que os haga sentir sin caer en el drama gratuito, con personajes reales, complejos y muy humanos… dadle una oportunidad. Os aseguro que merece la pena.
Y ya si os gusta leer con una mantita y un café, como a mí, mejor que mejor. Eso sí, tened los pañuelos cerca. Por si acaso.






