

La vez que sentí lo que era perder a alguien
Un día de septiembre, cuando yo todavía vivía en Londres, sentí por primera vez lo que era perder a alguien.
No fue debido a una pérdida personal, pero aquel día me hizo reflexionar sobre muchas cosas.
Me llamó a la puerta. Ella todavía estaba hablando con su padre por teléfono y cuando colgó me dijo llorando que su pareja había muerto. Todavía no era seguro, pero no descartaban que fuera él.
Ella a miles de kilómetros de su casa. Él, joven y motorista, posiblemente tirado en la carretera, muerto.
La abracé. Nos acabábamos de conocer, pero no tenía a mucha gente más. Nos sentamos en mi cama y empecé a consolarla.
Aprendí que el consuelo no sirve para nada. Ella había perdido a una de las personas más importantes de su vida. Tenía pensado casarse con él y tener hijos. Lo único que tenía en aquel momento era un ataque de ansiedad de categoría y yo estaba allí consolándola, sabiendo que tampoco iba a servirle de mucho.
Creo en que todo pasa por algo. Lo creo firmemente, y sé que en ciertas situaciones es un poco fuerte decirlo, pero eso es lo que le dijimos mi host mum y yo sentadas encima de mi cama una noche de septiembre.
Obviamente, decirle eso a alguien, justo cuando ha perdido a alguien, da la sensación de que quieras vacilarle, pero no era nuestra intención.
De hecho, se le pasó el ataque de pánico, empezó a calmarse y empezó a entender el mensaje.
Las cosas habían salido así y todo tenía un porqué.
Todos los de casa éramos conscientes de que ella estaría en la mierda durante un tiempo, que volaría a su país para estar con su familia y la familia de él, pero también sabíamos que lo que había pasado esa noche le haría ser una persona más fuerte.
La cosa es que no solo ella se hizo más fuerte.
Estuvimos hasta las tantas de la madrugada. Le ayudé a comprar el vuelo a su país y viví cada llamada de ánimos, cada lágrima y cada llanto. También viví las llamadas que tuvo que hacer ella. Viví cómo le dijo al mejor amigo de él que su pareja había muerto, cómo lloraba desconsolada al hablar con los hermanos de él y finalmente viví el desconsuelo total.
La madre de él no sabía nada. Ella tampoco podía decirle nada hasta que no fuera seguro.
Pero la llamada llegó. Era él. El hermano había reconocido el cuerpo.
Entonces, su móvil sonó. Era la madre de su pareja. Ella cogió aire y yo intentaba mantener las lágrimas por todo lo que estaba viviendo.
Aquella fue una de las escenas más desgarradoras que he vivido nunca, pero me sirvió para aprender todavía más cosas.
Miedo a suspender. Miedo a no entregar un trabajo a tiempo. Miedo a no llegar al 2 en la evaluación continua de UNIR. Miedos y más miedos. Inútiles, por cierto.
Me di cuenta de que HOY ESTAMOS, Y MAÑANA… MAÑANA QUIZÁ YA NO.
Aquella noche me costó dormirme. Al día siguiente lloré todo lo que no había llorado el día anterior. Y ese mismo día decidí dejar de (pre)ocuparme de las cosas que tienen solución y decidí empezar a disfrutar, a aprovechar las oportunidades y a vivir mi vida, al fin y al cabo, ya que es la única que sé a ciencia cierta que tengo.





