#7 Mi reto con el surf en Lanzarote: superando el miedo al agua
Mientras organizaba mi viaje a Lanzarote, al pasar tantos días en la isla, me propuse probar cosas nuevas y decidí probar a hacer surf.
Hacer surf en la Caleta de Famara era el sitio ideal para hacerlo, y la escuela que escogí fue Calima Surf. Me trataron súper bien desde el principio, la verdad.
Lo que vas a leer a continuación es una historia de superación y me gustaría que te quedaras hasta el final, porque lanzo un mensaje importante.
Siempre le he tenido miedo al agua, pero cuando era pequeña, alguien decidió hacerme una ahogadilla, lo que hizo que mi miedo al agua aumentara…
Me meto en piscinas y en el mar, y todo está bien, siempre y cuando no vea mi vida en peligro.
Ese es el miedo que tengo: ver peligrar mi vida en el agua y morir ahogada.
Aquel día, en Lanzarote, me dirigí en coche hasta Caleta de Famara, aparqué y avisé en la escuela de que había llegado. Ya estaba nerviosa, y el hombre que me atendió empezó a tranquilizarme. Me dieron un neopreno de adulto, pero me iba grande, así que tuve que llevar uno para niños, y si no me lo puse tres veces, no me lo puse ninguna.
Después nos dirigimos a la playa y nos explicaron cómo era la playa.
Caleta de Famara era una playa segura, porque no había tiburones (menos mal), pero al soplar tanto el aire, la arena bajo el mar iba moviéndose, y era una cala que iba cambiando de forma. Eso quería decir que podía haber momentos en los que tocabas el suelo, y otros en los que, en ese mismo sitio, no lo hacías.
Y doy fe de que aquello era real.
Nos dieron una tabla a cada uno y empezamos a calentar todos juntos. Acto seguido, nos dividieron en grupos por niveles, nos adjudicaron un profesor, cogimos la tabla y nos empezaron a explicar las bases del surf: cómo había que subirse a la tabla y toda la pesca.
La tabla pesaba más que yo, las olas no eran olitas y golpeaban con fuerza. Además, estábamos en el Océano Atlántico, así que la temperatura del agua era más bien fría.
Podríamos decir que nada invitaba a hacer surf, pero me lo había propuesto. Quería probarlo y decidir por mí misma si me gustaba o no.
Me adentré al mar como pude y, en cuanto vino la primera ola, empecé a remar. Me puse encima de la tabla (con mi pecho) y me arrastró hacia delante bastante bien.
(Es muy fuerte porque estoy escribiendo esto y ya estoy sintiendo la ansiedad que sentí después de aquello).
Animada al ver que me había salido bastante bien y no había muerto en el intento, me volví a adentrar al mar.
Esta vez no salió tan bien… La ola me levantó la tabla por detrás, obviamente sin darme cuenta, y de repente me vi bajo el agua con la tabla encima, lo que hizo que todo se volviera negro. Luché para intentar salir a la superficie lo más rápido que pude.
Salí tosiendo por toda el agua que había tragado, medio riendo por haber vivido mi primer revolcón en el agua haciendo surf, y regalimando agua por todos mis poros.
Me llama la atención que, después de aquello, mi mente ha borrado lo que pasó después, la verdad.
No me acuerdo en qué momento empecé a agobiarme; solo recuerdo que lo hice.
Tampoco recuerdo en qué momento empecé a llorar; solo recuerdo que lo hice. Y daba gracias de estar en el mar, que me ayudaba a ocultar mis lágrimas.
Y tampoco recuerdo en qué momento empecé a sentir esa presión en el pecho tan familiar; solo recuerdo que lo hice.
Pero no me rendí. No quería. Estaba ahí para luchar contra mi miedo, porque sabía que aquello que estaba sintiendo era miedo, era mi trauma con el agua despertando, y mi fuerza interior me animaba a seguir intentándolo para combatir aquel miedo y, si me apuras, aquel trauma infantil también.
Mi mente recuerda que rato después perdí a mi grupo, debido a las corrientes y al aire que movía la arena del suelo, y de repente me encontré sola hasta que otro profesor me vio y me quiso ayudar con la tabla, explicándome cómo tenía que hacerlo.
Ahí sí recuerdo que, después de intentarlo alguna que otra vez, la ansiedad iba in crescendo y las lágrimas luchaban por salir.
Este profesor se dio cuenta, no sé cómo, y me preguntó si estaba bien, ya que me notaba muy tensa.
Le fui sincera y le dije que no, y me derrumbé. Le conté mi miedo, entre lágrimas, y él, atentamente, me escuchó. Estuvimos un rato hablando hasta que me tranquilicé un poquito y me animó a adentrarme otra vez en el mar.
Le estaré eternamente agradecida, ya que, si no hubiera sido por él, mi recuerdo con el surf hubiera sido peor de lo que es.
Minutos después, conseguí ponerme de rodillas encima de la tabla y, después de dos horas, logré ponerme de pie, gracias a otro de los profesores que también me vio por allí y quiso ayudarme.
Cuando lo logré, supe que había conseguido mi cometido de aquel día, y podía hacer check a hacer surf.
Lo que pasó en mi séptimo día en Lanzarote fue un challenge físico, pero sobre todo mental. Me lancé a uno de mis mayores miedos con un neopreno y una tabla de surf atada a mi tobillo, y, como has podido leer, lo pasé mal, pero a día de hoy puedo decir que lo conseguí, no solo al ponerme de pie en una tabla de surf, sino al hacerle frente a mi miedo.
Al acabar, me hice una foto súper sonriente con la que había sido mi tabla de surf y, al verla, pensaba en lo irónica que era aquella foto.
Me había pasado casi las dos horas de la clase con lágrimas en los ojos y con ansiedad. Ansiedad, por cierto, que me explotó después, una vez en el coche. No podía dejar de llorar y tuve un ataque de pánico de categoría. El malestar me acompañó durante todo el día.
Al comentárselo a mi psicóloga, ella me dijo una cosa preciosa, y es que en aquella foto salía sonriendo porque había encarado mi miedo, y la felicidad que sentía al superarlo me hizo sonreír de esa manera.
La moraleja de esta historia, aunque no te lo creas, no es «encara tus miedos».
La moraleja de esta historia es «no hagas ahogadillas».
Las ahogadillas no son divertidas y pueden marcarle la vida a alguien, te lo aseguro.
Continuará…