Mi viaje a Jordania #2
18 de julio de 2022
Como os decía en la entrada anterior, llegué a Jordania un día después de lo previsto, pero llegué.
Había dormido dos horas y, a pesar del cansancio, el hype que sentía por estar viviendo ya esta aventura dejaba en segundo plano las pocas horas de sueño (y eso que yo soy una pequeña marmota).
Nada más aterrizar, uno de los documentos imprescindibles que tienes que enseñar, a parte del pasaporte (obviamente) es el Jordan Pass, que es como el visado y a parte te permite entrar gratis (well, lo has pagado ya porque vale unos 100€) en varios sitios turísticos.
Desde España se había acordado que un taxista (recomendado) vendría a buscarnos a cada grupo según su hora de llegada. Podríamos decir que hubo momentos en los que esa persona nunca llegó, llegó otra en su lugar y/o llegó más tarde de lo acordado. En resumen, sale más a cuenta coger un uber, así que si tienes internet o Wi-Fi, hazlo.
Así como anécdota, una cosa que me llamó mucho la atención es que el taxista iba mirando el móvil muy, pero que muy descaradamente mientras conducía y me hizo acordarme de cuando casi me multan por mirar la hora en el móvil, estando parada, en Barcelona. Diferencias culturas, u know.
La aventura empezó en Amman, la capital jordana y la primera parada fue el hotel Mena Tyche, hotel que no pude disfrutar esa noche, pero sí de su baño, ducha y desayuno, que todo tenía buena pinta, especialmente los dulces (que no probé porque no soy muy de dulces).
En un visto y no visto, ya estábamos metiendo las mochilas en el maletero de la mini van y cogiendo sitio para empezar nuestra aventura.
Durante todo el viaje tuvimos a nuestro conductor y a nuestro guía con nosotros, ya que está incluido en este viaje.
De Amman nos fuimos a Jerash, una ciudad al norte del país. Jerash acoge un montón de ruinas romanas que la convierten en una de las ciudades romanas más importantes y mejor conservadas del Próximo Oriente.
Antes de entrar a las ruinas, había tiendas y fue muy descarado como nos reclamaban para que comprasemos. Aluciné. Parecía que se iban a matar por que te parases en su tiendas y les comprases.
Hacía mucho calor, pero era bonito de ver y si vas con guía, como yo, que te explica todo vale mucho la pena.
Nuestra siguiente parada fue el Mar Muerto.
El Mar Muerto es un lago de agua muy, pero que muy salado situado en el punto más bajo de la tierra. No hay vida debido a su alta salinidad.
Al humano se le recomienda no estar más de 30 minutos dentro. Antes de llegar, nuestro guía nos explicó una historia de una persona que murió en el Mar Muerto y yo me quedé un poco traumatizada, pero acabé flotando en sus aguas como todo el mundo.
Para poderte bañar en el Mar Muerto hay que pagar y alrededor de éste hay varios resorts que te permiten hacerlo.
Nosotros fuimos al Holiday Inn, comimos allí y luego bajamos hasta el Mar Muerto. Al estar tan bajo en relación a tierra firme, hace mucho más calor.
De hecho, mi móvil colapsó (nunca me había pasado) y tuve que esperar unos minutos hasta poder usarlo.
La entrada al Mar Muerto fue despacio ya que iba con miedo. Tienes que evitar tragar mucha agua y que no te salpique en los ojos porque pica que te mueres (por suerte ni tragué agua ni me entró en los ojos).
La sensación de flotar es bastante peculiar, la verdad, pero no sabría como explicarlo por aquí. Lo que sí puedo explicar al detalle es que a mí, al cabo de pocos minutos, me empezó a picar el cuerpo, especialmente y en confianza, el chichi. Supongo que se debía a mi última sesión del láser, pero escocía tanto que me tuve que levantar y al poco rato salir.
Al salir, nos embardunamos de barro, que dicen que tiene muchas propiedades y va muy bien para la piel.
Para finalizar, nos fuimos a la piscina del hotel, que era impresionante, nos tomamos algo y cuando fue la hora nos subimos a la mini van y nuestro guía, que tenía contactos porque se llevaba comisión, nos llevó a una tienda de productos del Mar Muerto.
Después de eso, nos llevaron al Monte Nebo, que fue dónde murió Moisés, para ver el atardecer. Paramos en un campamento beduíno donde nos recibieron unos niños que vivían allí.
Había muchas ovejas y camellos y algunos de nosotros (yo no) probaron la leche de camella recién ordeñada.
El atardecer fue precioso y ahí me di cuenta que el sol en Jordania se veía espectacularmente grande. Allí, en Jordania, me enamoré del sol. Un sol enorme y brillante. ¡Espectacular!
Aquella noche hicimos la cena de bienvenida, cena incluida en el pack de WeRoad, y fuimos a un restaurante local (no recuerdo el nombre) y cenamos Maqluba que es el típico plato jordano, a parte de todos los entrantes típicos que te ponen en cualquier restaurante allí.
Nos conocimos un poquito más todos los del grupo y aquella noche dormimos en el Grand Hotel, en Madaba, una ciudad al suroeste del país.
Recordemos que aquel día había dormido dos horas y estaba bastante cansada, así que me fui a dormir lo más pronto que pude.
El primer día en Jordania había sido muy intenso, pero estaba valiendo mucho la pena y lo que nos esperaba al día siguiente requería de descanso.
La aventura ya había empezado y pintaba demasiado bien.